miércoles, 27 de abril de 2011

CUESTIÓN DE CONSCIENCIA


Estas elecciones han encendido no solo las pasiones políticas, sino también las espirituales de los creyentes sensibles y responsables de su deber. 


Sin embargo, encontramos adherentes de uno y otro bando; CON ARGUMENTOS, JUSTIFICACIONES Y RAZONAMIENTOS DIVERSOS. Lo que me hace pensar en la importancia de remarcar algunos principios necesarios para mesurar la vehemencia de algunas intervenciones.


PRINCIPIOS A CONSIDERAR


Primero, que ante semejante dilema y disyuntiva se impone TOMAR UNA DECISIÓN PERSONAL DE CONCIENCIA, lo que implica respetar mi propia conciencia y respetar la conciencia del otro. Porque si alguien actúa contra su conciencia, sin fe, para él le es pecado. Este principio nos lleva a un mandamiento expreso del Señor: NO JUZGUÉIS. Algunas de las actitudes que se perciben son denostación, prejuicio, descalificación, satanización, etc. No se nos permite juzgar a nadie, porque el único juez es el Señor.

Cada uno cosechará lo que ha sembrado, CONFIEMOS EN EL JUICIO DEL SEÑOR sobre el que actúe malvadamente o con malas o equivocadas intenciones. Claro que podemos enfrentar y denunciar públicamente cuando hayamos comprobado alguna injusticia flagrante. Pero hasta al que veamos engañado por el diablo hay que tratarlo con mansedumbre, amor y misericordia, de acuerdo a la Palabra de Dios (2 Tim.2:24-26. Jd.1:20-25).

Por tanto, todo lo que no prohíbe expresamente la Palabra de Dios no tengo derecho a prohibirlo, todo lo que no ordena expresamente la Palabra de Dios no tengo derecho a ordenarlo. Y NADIE ESTÁ OBLIGADO A DECIDIR POR EL MAL. Sin embargo, aunque todo me es lícito, no todo me conviene, ni me edifica. Hay que evaluar y decidir siempre respetando la consciencia propia y ajena.

LA ESCALA DE VALORES


Por lo demás, las decisiones de cada uno se justifican de acuerdo a LAS PRIORIDADES QUE LE DICTA SU ESCALA DE VALORES, EN SUJECIÓN A LA PALABRA DE DIOS. Por tanto, es comprensible que unos, priorizando razones de justicia social, apoyen a un candidato frente a otros que de acuerdo a su prioridad de estabilidad económica apoyen a otro candidato, pensando ambos en dos aspectos del bienestar del país. Es comprensible también que unos priorizando la no impunidad de los hechos malignos del pasado, nieguen su voto a un candidato, y otros priorizando la imposibilidad de creer a quien cambia de discurso o tiene doble discurso, elige por tanto no darle su voto.

¿Por qué uno tiene una prioridad y otro tiene otra prioridad?, lo explica su percepción del mundo y su escala de valores (hay que valorar la diversidad con la que nos ha creado el Señor), aunque ambos se sustenten en la misma Palabra de Dios. Sin dejar de considerar el hecho, más allá de aspectos éticos, de aspectos espirituales, como la autoridad profética que tuviera alguien para que nos defina qué camino seguir (¿Habrá alguien con suficiente autoridad para hablar en nombre de Dios en estos asuntos y poder decirnos “no se apoyen en Egipto, sométanse a Babilonia”? Y aun si lo hubiera, ¿lo reconocerían, le harían caso? Ej. Jeremías).

LA CONSCIENCIA PROPIA Y AJENA


Observo, en algunos casos, que la seguridad con que uno sigue a su conciencia, hace que trate de forzar la decisión de los otros. Como si fuera pecado elegir por un candidato y obediencia a Dios elegir por el otro candidato. No creo en esa actitud, por ser irrespetuosa con la consciencia del otro. El mandamiento claro del Señor en estos dilemas es NO JUZGAR y GUARDAR LA UNIDAD del Cuerpo de Cristo. No tenemos opción de condenar a nadie por tomar una decisión de consciencia, así se equivoque, porque es parte de su aprendizaje y de su crecimiento, a nivel personal y a nivel social.

Y porque es parte del aprendizaje personal, creo que esto requiere, sobre todo de parte de los líderes cristianos, un compromiso con la madurez de carácter, la confianza de que estamos en las manos de Dios, de que pase lo que pase, Él nos ayudará a enfrentarlo. También nos demanda un compromiso con la pedagogía bíblica, sembrar principios y criterios que ayuden a los creyentes a decidir con sabiduría y responsabilidad, con respeto de su consciencia y de la consciencia del otro, en todo tipo de situaciones. Son las actitudes y el comportamiento en estos momentos críticos que revelan la madurez del creyente, dan testimonio al mundo y modelamiento a los discípulos del Señor.

En conclusión, los que creen que una opción es válida, voten por esa opción. Los que creen que una opción es mala, voten por la otra. Los que creen que las dos opciones son malas (y nadie está obligado a escoger el mal), voten viciado (el voto blanco es un mayor peligro de mala utilización de gente que no tiene ética, y, por tanto, no respeta la voluntad ajena, e impone la suya ilegal o deshonestamente).

SIN OBLIGACIÓN A ELEGIR LO MALO


Habiendo cumplido con ejercer el voto y elegir una opción democrática (en la primera vuelta), y quedando dos opciones que se consideren malas, no hay obligación de escoger lo malo. Y si los demás se convencen de esto, y se tienen que repetir las elecciones, que se de esa opción, de acuerdo a fe y de acuerdo a ley. Y si los que decidieron votar por estas opciones, renuevan su elección, enfrentemos el resultado con la consciencia limpia, sin complicidad con ninguna opción que consideremos mala.

Si para algunos esta actitud pareciera ingenua o floja, es cosa de ellos. Antes que nuestra responsabilidad política está nuestra responsabilidad cristiana. Además, saber abstenerse o no seguir una actitud común también es una opción válida. Y no por ser fieles a una, vamos a olvidar la otra. "Al César lo del César, pero a Dios lo de Dios". Pero actuemos con consciencia, aunque seamos incomprendidos (Erasmo, Lutero, Bonhoeffer, Unamuno, King, Romero, etc. nos pueden inspirar).

Lo que no quita que podamos polemizar, discutir y debatir, pero con amor y respeto. Sobre todo, los que tenemos un contacto directo o indirecto con la juventud, que es mayoritaria y es la que tiene o tendrá los destinos de nuestro país, tenemos la responsabilidad de hacerle conocer las enseñanzas de la Escritura y de la historia, para que sepan decidir y no caer en los fracasos y tragedias del pasado.

Para que en el presente podamos poner verdaderos cimientos en la Iglesia y la sociedad. Cimientos no solo de concreto en los lugares de reunión y en las calles, sino de alma y de espíritu, como base de un futuro respetuoso del ser humano, imagen de Dios, aun para los que no creen en Él.