martes, 21 de abril de 2015

EL DESAFÍO ACTUAL DE LA IGLESIA Un contacto, una comunicación y una contextualización amorosos

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La iglesia al perder su sentido vertical se desconecta del corazón amoroso y salvífico de Dios, y al perder su sentido horizontal pierde el contacto con su comunidad. 


Lo primero se ve claro en la falta del fruto del Espíritu, lo segundo en la pésima comunicación con la gente.


¿EN QUÉ CONSISTE LA DIFERENCIA CON EL MUNDO?


Muchas congregaciones quieren diferenciarse del mundo con lo externo (cultos, vestimenta, lenguaje, etc.) aunque sufra de las mismas carencias internas de quienes se quiere diferenciar; cuando su aporte debiera ser una verdadera espiritualidad que se expresa en un carácter santo y en una comunicación genuina (a través del lenguaje verbal y no verbal, por entendimiento y comprensión de la mentalidad, y el uso de su bagaje cultural) con la comunidad, que solo es posible a través de la encarnación (Juan 1, “se hizo carne”; “habitó entre nosotros”).

La verdadera y profunda comunicación solo se puede dar por la fuerza del amor que te lleva a la entrega y a la comprensión. Pero un grupo de personas ensimismadas en su propio institucionalismo, misticismo, legalismo y/o religiosidad, que los lleva a recrear un “nuevo mundo” (submundo, gueto) en la iglesia, se hace irrelevante, si no causa de ridículo (está bien haber tenido la gran experiencia de la transfiguración en lo alto del monte, pero hay que bajar al llano para poder ministrar realmente - Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-8, y Lucas 9:28-36).

No se entiende que la separación del mundo se da en el corazón (renunciando a sus valores), y que el corazón de Dios nos lleva a contactarnos con el mundo para redimirlo, no tirándole un salvavidas desde lejos, sino sumergiéndonos en su mar (notemos el ejemplo que imitar, pues “se entregó a sí mismo” - hay que releer Gál.1:4; 2:20; Ef.5:2; Filip.2 -, el envío como “ovejas en medio de lobos”, “ser luz y sal”, etc.).


INCURSIONAR EN EL MUNDO


La iglesia que teme incursionar en el mundo demuestra su desconexión de Dios en su desconexión con su comunidad de la que tiene que ser sierva (porque ni Él “…vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”), en el poder, el amor y la sabiduría de Dios.

Se muestra el error al esperar que vengan, en vez de ir en su búsqueda y discipularlos en su propio contexto (Mt.28:19-20), al esperar que sean como nosotros en vez de hacernos como ellos (“a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” 1Cor.9:20-22).

Un creyente actual tiene más parecido a un esenio, un fariseo o un saduceo del primer siglo que a Jesús mismo. Algunos creyentes quieren ser más santos que Cristo, o tienen miedo a ser juzgados por “el mundo y el mundo de la iglesia”, como Él fue juzgado de comilón, bebedor, amigo de pecadores y publicanos, loco y endemoniado.

Congregaciones con “mucho conocimiento bíblico” (ojalá esta frase fuera una experiencia real), pero con una ignorancia total de su contexto y de la coyuntura que viven, desaprovechan las grandes oportunidades, las puertas abiertas, los campos blancos. Congregaciones que quieren vivir de las glorias (con sus formas y métodos) de la década pasada, del siglo pasado, solo tienden a ser irrelevantes en el aquí y ahora.


EL GRAN IMPACTO


Y aun peor, las hay que quieren regresar a la iglesia primitiva y esperan un pentecostés que no llegará porque el Espíritu está soplando donde los corazones se han hecho mansos y humildes, como el Señor y Maestro que vivió en el llano y se acercó a la gente, para edificar el Reino de Dios, y no donde se quieren construir reinos personales…

El gran impacto de la iglesia al mundo se dará cuando ésta le dé lo que el mundo no tiene, y muere por encontrar, sin darse cuenta que eso es precisamente lo que busca desesperadamente, el amor de Dios, expresado en entrega, humildad, servicio, comprensión, amabilidad, sensibilidad, etc., más allá de actividades que buscan resultados inmediatos y glorificadores de hombres, porque solo nos toca sembrar, cultivar y cosechar, confiando que el Espíritu hará la obra de convencer de pecado, de justicia y de juicio, a su debido tiempo (y aun hará señales y prodigios, que lo serán no solo por lo portentoso del milagro sino por lo misericordioso, restaurador y liberador para quien lo necesite).

Nos toca ser fieles (cada uno con su propio don y ministerio, y respetando los de los otros), y perseverar sin esperar recompensas terrenas, servir con gozo y sacrificio, como Él, el Mesías, que siendo el Creador, vivió encarnado como un hombre común de su lugar y de su tiempo, por puro amor, el ahora famoso pero todavía desconocido por muchos, Jesús de Nazaret, nuestro Señor y Salvador.