miércoles, 19 de diciembre de 2012

NAVIDAD HOY


Navidad, la celebración de un acontecimiento tan irruptor, tan decisivo, tan trascendental, solo comparable con la crucifixión y la resurrección, de las cuales fue preludio necesario, y que a su vez sucede en una forma tan sublime, tan tierna y tan angustiosa para unos padres que “solo” se habían dispuesto a ser parte instrumental del accionar de Dios...


Pero, ¿todo queda ahí, en la historia de una pequeña familia en un pequeño lugar de Israel, o aun en una celebración folklórica según la tradición de cada pueblo? ¿Qué representa la Navidad para nosotros hoy? ¿Es una celebración pertinente para nuestros días? 


PROMESA CUMPLIDA


En primer lugar, la Navidad es una promesa cumplida. Dios descendería para mostrar su luz a los hombres, y así lo hizo conforme a la palabra de los profetas. Pero en segundo lugar, representa una promesa confirmada, porque este Dios que se ha hecho carne vendría a salvar, y eso es lo que acontecería al final de la vida terrena del entonces bebe Jesús, cuando llegara a su edad adulta. ¡Y cuánto necesitamos hoy de esa luz y de esa salvación, miremos los diarios y los informes de la tv!

La Navidad también nos enseña la donación (en una época tan egoísta, explotadora y materialista), la entrega, del Padre que nos da a su propio Hijo para redimirnos, no con oro, plata o piedras preciosas, no por la sabiduría o el esfuerzo humano, sino a través de la obediencia sacrificial de la cruz. La vida que nos había dado y que perdimos por la desobediencia, se nos vuelve a ofrecer por la obediencia del Hijo, y no solo para salvarnos de la condenación del pecado sino para colocarnos en el status de hijos, reyes y sacerdotes del Altísimo.


LA ENCARNACIÓN COMO MODELO


Pero hay más, la Navidad, nos presenta una manera, un camino, en la forma cómo Dios obra: la encarnación. No son métodos legalistas, estrategias publicitarias, ni ritos mágicos, místicos o religiosos, los que nos permiten llegar a los demás con el amor de Dios y el mensaje del evangelio, sino la encarnación; despojarse y hacerse como los otros.

No es lanzar un salvavidas, lanzar unos folletos o vociferar desde lejos, es habitar entre la gente, hacerme a todos de todo, diría el apóstol, por tanto, tened este mismo sentir que hubo en Cristo Jesús para poder seguir haciendo su obra con todo lo que eso implique de sacrificio e incomprensión de propios y extraños...

Tanto más habría que decir, más de dos mil años que celebramos la Navidad, y lo hacemos de manera tan rutinaria, o religiosa, o materialista, o distraída, o como evento de entretenimiento infantil, etc., que no terminamos de comprender todo lo que esta celebración encierra, todo lo que esta celebración nos señala, nos exhorta o reprende, nos desafía a la iglesia y al mundo actual.

¿Hemos creído a sus promesas, las hemos hecho nuestras, las estamos aprovechando? ¿Estamos entregados a hacer la voluntad del Padre, de adorarlo, de escucharlo, de servirlo? ¿Hemos entregado lo más valioso de nuestra vida para la gloria de Dios y a favor de su obra? ¿Somos conscientes de la identidad de hijos que él nos ha dado, junto con esa nueva naturaleza? ¿Vivimos en esa nueva dimensión?


¿Hemos aprendido a despojarnos y encarnarnos en las vidas de quienes han de recibir el amor de Dios a través de nuestros hechos y palabras? ¿Estamos dispuestos a que Dios haga grandes cosas a través nuestro y aun que las haga sin bombos, ni platillos, sino a través de un silbo apacible en un rincón escondido del mundo? ¡Feliz Navidad!