miércoles, 6 de octubre de 2010

COMPROMISO DE APRENDIZAJE


¿Por qué estudiamos?, ¿por qué necesitamos aprender?, ¿vale la pena el esfuerzo? Tiempo, dinero, energía, sacrificios, etc.…


Mucha gente en el mundo está estudiando y haciendo los mismos esfuerzos que nosotros y hasta mayores... Carreras cortas y largas, estudios presenciales y a distancia, academias, escuelas, institutos, universidades, bachilleratos, masters, doctorados… es una revolución de los programas, sistemas y tecnologías de la información, el conocimiento y el aprendizaje.


LAS MOTIVACIONES


Las motivaciones son variadas; desde una simple curiosidad hasta una carrera obsesiva por el status académico, social y/o económico. ¿Serán estas las mismas motivaciones para los siervos de Dios? (me hacía esta pregunta después de considerar las exposiciones y trabajos de algunos consiervos y meditar en las similitudes y diferencias frente a mis alumnos de un instituto tecnológico importante de Lima).

Todo esto me hizo reflexionar en mis propias motivaciones y en las motivaciones de todos los que estamos comprometidos con Dios y con su obra, y me planteé algunos criterios:

• Debemos estudiar y aprender por un profundo respeto por la revelación de Dios. Hay muchas cosas que nunca sabremos y otras las conoceremos solo cuando vengan los nuevos cielos y la nueva tierra (1Co.13:12), pero hay otras muchas cosas que a Dios le ha placido revelarnos, y es nuestra responsabilidad ocuparnos de ellas, estudiarlas, discernirlas, entenderlas (Deu.29:29; 1Co.2:11-14). Tenemos la gloria de que Dios nos haya revelado de sí mismo y de todo lo que necesitamos para tener vida y vida abundante (Jn.10:10; 2 Pe.1:3-5). No debemos, pues, dejar pasar esta oportunidad de elevarnos al nivel de vida que Dios nos ha regalado a precio de sangre (Heb.10:29; 1Pe.1:17-25).

• Debemos estudiar y aprender porque es un mandamiento expreso de la voluntad de Dios. Es abundante la cantidad de versos de la Biblia en donde se nos exhorta, ordena o ejemplifica para tener una actitud especial o para cumplir una tarea específica relacionada a leer (Deu.17:18-20; Neh.8:8; 1Tim.4:13), inquirir (Esd.7:10; Job.8:8-10; Sal.27:4; Ecl.1:13;7:25; 1Pe.1:10), reflexionar (Deu.4:39; Sal.143:5; Jer.12:11), aprender (Sal.119:71; Pro.21:11; Jn.6:45; 1Co.14:35; 1Tim.2:11; Heb.5:8), o escudriñar (Pro.2:4; 20:27; 25:2; 28:11; Ecl.12:9; Lc.1:3; Jn.5:39; Hch.17:11; 1Pe.1:11). Y esto, en diferentes épocas y en diversas circunstancias o situaciones.

• Debemos estudiar y aprender porque con ello estamos utilizando nuestras capacidades y recursos intelectuales y espirituales que debemos administrar bien como buenos siervos de Dios. El nos ha dado una fisiología, una psicología y una espiritualidad con capacidades, destrezas y habilidades increíbles para captar, entender y aplicar el conocimiento. Ser buenos administradores de los misterios y de la multiforme gracia de Dios implica también ser fieles (1Co.4:1-2; 1Pe.4:10) con todo tipo de dones y talentos que El nos ha dado (Ro.12:1-13).

• Debemos estudiar y aprender porque es parte de nuestro desarrollo y capacitación para estar preparados para toda buena obra en la vida y en el ministerio (Lc.2:52; 1Co.14:20; Ef.4:11-16; Col.1:9-12; 1Tim.3:1-6; 2Tim.2:15-26; 3:10-17; 4:1-5). Eso significa que vamos a entregar la verdadera Palabra de Dios, confirmada por una vida consecuente y que con coherencia vamos a dar respuesta a todo aquel que nos demande una razón de nuestra esperanza, quitando todos los tropiezos espirituales e intelectuales para que los que nos oyen vengan a la fe (Mal.2:4-7; 2Co.2:17; 1Tes.2:13; 1Pe.3:15) y cumplamos con ser luz del mundo, sal de la tierra y buenos embajadores de Cristo (Mt.5:13-19; 2Co.5:20).


LA ACTITUD


Es tanto lo que nos enseña la misma existencia, la vida (toda la experiencia y la ciencia humanas también nos competen íntimamente – Is.53; 1Rey.4:29-34; Ecl.1:17; 8:16; Mt.13:52; 2Tim.4:13; Heb.5:7-14) y la Escritura (Ro.15:4). Pero para aprovechar esta enseñanza es necesario que nos acerquemos a este proceso de aprendizaje con todas nuestras facultades despiertas y con mucho amor, respeto y humildad, para que no nos quedemos en la teoría, ni en la especulación, sino que lleguemos a la obediencia que agrada a Dios (Sal.119; Pro.1:1-9,20-23; 8:1-36; Mt.7:24-29; Jn.14:21-26; 15:1-16; Stgo.1:5-22).

Es cierto que debemos prevenirnos de que nos arrastre un intelectualismo soberbio y cansino (Sal.64; Ecl.12:12; Ro.1:21-32) que no hace más que distraernos, agotarnos y desviarnos de la voluntad de Dios (por lo cual muchos han optado por el camino de la justificación de la ignorancia, el “suicidio” intelectual o el gueto sociocultural), pero no podemos complacernos con la superficialidad y la pereza, pues, de la misma manera, nos llevará al desvío y al desvarío (2Pe.3:14-18).

Si tenemos la bendición de tener muchos y buenos maestros o de estudiar en instituciones de prestigio, en buena hora, pero si no, no es excusa para no insertarnos en el proceso de aprendizaje que nos lleve a la madurez y a la capacitación que Dios nos demanda y nos posibilita a través de su revelación y sus recursos (Jn.7:15; 2Pe.1:10-21).

LA RESPONSABILIDAD


En este sentido, no solo tenemos una responsabilidad individual, sino comunitaria. Por tanto, entre otras cosas, una congregación también debe ser una comunidad de aprendizaje facilitado por el carácter y el testimonio de sus miembros, por su discipulado, por el ejercicio de sus dones y por su ministración…


(1Co 2:10) Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios…

(1Co.2:16) Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo…

(1Co.14:6) Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?

(1Co.14:26) ¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación…

(Ef.1:17) para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,…

(Ef.4:13-16) hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor…

(Col.3:16) La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.


Habría mucho más que decir al respecto, pero basten estas líneas para que reflexionemos en nuestra responsabilidad, deber y compromiso con el estudio y el aprendizaje en lo que nos quede de vida.

¿Cuáles son nuestras motivaciones para estudiar y aprender? ¿Estamos haciendo lo suficiente? ¿Cuánto nos demoraremos para hacer los cambios pertinentes? ¿Cuáles serán las implicancias y demandas personales y congregacionales para ser consecuentes con el compromiso sobre esta dinámica de aprendizaje? Ajustar horarios, presupuestos, actividades; llevar a la práctica lo aprendido y transmitirlo a las nuevas generaciones; cambiar nuestras actitudes y valoraciones frente a nuestras capacidades, a la cultura y a toda experiencia humana; redefinir nuestro ministerio y nuestra misión personal. Cada uno, pues, tendrá que realizar su propia evaluación y sus propios ajustes (2Tim.2:1-10).

Tenemos, hermanos, un compromiso personal y comunitario de disciplina, aprendizaje y mutua enseñanza hasta que Cristo sea formado en nosotros (Gál.4:19), así que manos a la obra, hagamos nuestra parte, para que podamos seguir siendo perfeccionados hasta el día de Jesucristo (Filp.1:6)…


domingo, 11 de abril de 2010

UNIDAD EN LA PAREJA

Desde que nace la pareja, según el relato del Génesis, la misma tiene un desafío de unidad, “… se unirá a su mujer y serán una sola carne”.


Si pensamos que una de las características de la sociedad actual es la desintegración, entonces este desafío se vuelve más provocador.


EL SENTIDO DE LA UNIDAD


Unidad, sí, pero ¿en qué sentido? Creo que debemos considerar varios aspectos de esta unidad. Cada uno de esos aspectos aportará un ingrediente vital a la relación y sustentará su fortalecimiento, su seguridad, su función y su misión.

El primer aspecto de esa unidad es su comunión espiritual. Teniendo en cuenta que el diseño del ser humano, el diseño de las diferencias sexuales y la idea de pareja proceden de Dios, solo a partir de él puede la pareja sostenerse.

Esta unidad espiritual implica una vida de oración personal y de pareja (adoración, alabanza, acción de gracias, confesión, peticiones e intercesión) y estudio de la Palabra de Dios. No hay nada que pueda unir más a una pareja que compartir una vida de comunión espiritual.

A esto debemos añadir, el congregarse con otros creyentes, y compartir o apoyarse en el ejercicio de sus dones espirituales y ministerios (para recibir una importante dosis de estímulo para el amor y las buenas obras según el autor de la carta a los Hebreos - 10:24).

Estar conectados de manera personal y como pareja al Creador de la misma, y recibir de él dirección, protección y fortaleza es el elemento indispensable para el éxito de la pareja, no hay sustituto.

Perder este ingrediente es estar desprotegidos espiritualmente y no tener una guía de autoridad común desde la que poder discernir el camino y tomar decisiones sanas. El propósito supremo de toda persona como de toda pareja es la gloria de Dios y a la vez solo él puede dar la victoria frente a los peores embates de la carne, el mundo y el diablo.

LA AMISTAD


El segundo aspecto importantísimo que va a contribuir a la unidad de la pareja es la amistad. Si en el primer caso hemos hablado de una comunión de espíritus, en este segundo estamos hablando de una comunión de almas. Sobre la base de una comunión íntima, profunda y creciente con el Señor, se ha de edificar una unidad síquica.

Esto implica aprender a compartir el camino proveyendo y recibiendo el cariño, la alegría y el apoyo necesarios que nos motivan, nos reaniman y hasta nos vuelven al camino con firmeza y tacto en los peores momentos.

Es también un camino de aprendizaje sobre la valoración de la diferencia, el desarrollo de la paciencia y la aplicación práctica del buen humor, además de todas las mejores actitudes que nos hacen mejores personas.

Visto de otra manera, es una comunión intelectual, emocional y volitiva, donde compartimos lo común y nos complementamos en la diferencia. El juego, la sana diversión y la danza de la armonía nos iluminan, nos consuelan, nos maduran. Baste decir sencillamente que en la pareja deberían estar los mejores amigos.

LA UNIÓN SEXUAL


Con el soporte de una sólida base espiritual y una buena relación amical, pasamos al tercer aspecto trascendental de esta unidad, que es la unión sexual.

La deformación del aspecto sexual en el mundo, muchas veces ha llevado por un lado a obviar y hasta despreciar este importante ingrediente o por otro lado, a reducir la relación de pareja a este solo ingrediente en detrimento de una relación integral.

La unión sexual es uno de los elementos básicos diseñados por Dios para la pareja. Es más, es el único aspecto que solo compete a la pareja. En otras relaciones podrían darse los otros elementos considerados en este artículo; comunión espiritual, amistad, relaciones sociales y económicas. Pero la unión sexual es el único elemento que solo le compete a la pareja, es exclusivo de ella.

Tanto es esto así que el apóstol Pablo ordena que (1Co 7:5): “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia”.

Se entiende por tanto una constante unión sexual que solo puede ser exceptuada con los siguientes requisitos: solo por un tiempo, de mutuo consentimiento y con el único propósito de ocuparse en la oración. La razón, una posible tentación satánica.

No es este el espacio para argumentar sobre algunas razones laborales o médicas en relación a una limitación en la práctica de las relaciones sexuales. Lo importante para nosotros es tener claro y forjar conciencia sobre la trascendencia de este aspecto en la vida matrimonial. Tanto así que tenemos todo un libro de la Biblia dedicado al asunto, el Cantar de los Cantares, aparte de otros muchos textos tanto en el antiguo como en el nuevo testamento que señalan en este sentido.

El descuido de la unión sexual por cualquiera de los cónyuges es una falta grave que debe tratarse con mucho tacto. El estrés citadino, las diversas causas de impotencia y frigidez, deben tratarse desde todos los ángulos, incluyendo que es un claro atentado satánico contra la pareja, para destruir una relación diseñada por el Creador para procrear, formar al ser humano y dar testimonio de la gracia de Dios.

El cultivo y el desarrollo de la unión sexual es otra columna consistente sobre la que se apoya la pareja, brindando un aporte de alegría, satisfacción, comunión, renovación, descarga, motivación, etc.


VARIOS ASPECTOS


Creo que estos tres aspectos de la unidad de la pareja son fundamentales para tener una relación sana, revitalizadora y capacitada para cumplir su función y su misión según el diseño divino.

Lógicamente, no son los únicos aspectos, las consideraciones sociales y económicas van a influir grandemente en el desarrollo de esta unidad. Saber lidiar y aprovechar de manera conjunta frente a la serie de recursos y desafíos a nivel social y económico son un reto constante.

La familia extendida, el barrio, la iglesia, el centro laboral, la participación política, cultural, deportiva, las eventualidades ecológicas, económicas y/o sociales serán una prueba constante de la pareja, a la vez que una oportunidad de aprendizaje y una ocasión de crecimiento en diferentes áreas.

Pero mantener la unidad en estos tres aspectos nos pondrá en la mejor disposición para que cada prueba se convierta en una victoria y cada ocasión sea una puerta abierta a un campo de oportunidades.

La vivencia del amor ágape, filios y eros; hermanos, amigos y amantes; una entrega total de espíritu, alma y cuerpo, es la única estrategia posible para un matrimonio sublime de acuerdo a la voluntad de Dios. Fructificad, pues, y multiplicaos en todos los sentidos de la vida…