lunes, 17 de septiembre de 2018

LA MADUREZ CRISTIANA



Esta mañana nuestra hermana en Cristo y sierva del Señor nos retó en su red a señalar las características de la madurez cristiana, algo tan importante a considerar para nuestra evaluación personal, como para nuestro ministerio, y respondí escuetamente dadas las características de este espacio (nota de Facebook):


“Una vida de adoración, fruto del Espíritu y servicio contextualizado”. 


Ya que se requirió una aclaración, intentaré hacerla, consciente, por las distintas opiniones expresadas después del pedido de Varinia, que pueden considerarse diferentes respuestas, adecuadas según el contexto de la pregunta. 


UNA VIDA DE ADORACIÓN 


Señalo en primer lugar la adoración, porque ser cristiano implica haber establecido una comunión con Dios, y en un creyente maduro esta comunión lleva definitivamente a la adoración (lo que ha quedado plasmado en tantos encuentros de los creyentes con Dios a lo largo de las Escrituras, y en el libro más grande de la Biblia, los Salmos). Dios en el centro de la vida del creyente y de la comunidad. Adoración en el sentido de amor supremo (Mat.12:30), de dedicación, fidelidad, obediencia y entrega absoluta al Creador, y ahora Padre nuestro, gracias a la obra de Jesús.

Es algo que vemos en la vida de los diferentes siervos de Dios de todas las épocas (Sal.25:14). Y sobre todo, porque es un deseo divino, que haya una verdadera adoración (impactante la declaración de que Dios busca adoradores genuinos, Juan 4:23-24). Este aspecto es fundamental e insustituible.

FRUTO DEL ESPÍRITU 


Señalo en segundo lugar el fruto del Espíritu (Gá.5:22-23), equiparándolo al carácter de Cristo del cual hay que aprender (Mat.11:29), ya que la madurez implica un tiempo de recorrido con el Señor, en el cual el creyente se va transformando a su imagen (2 Cor.3:18). En este aspecto habría que considerar la transformación del carácter, a la vez que la continua dependencia de Dios, porque para que se manifieste plenamente este carácter se necesita vivir en la llenura del Espíritu (Ef.5:18).

Por otro lado, este requisito es fundamental porque es una manera de glorificar a Dios (1 Pe.2:12). No se trata solamente de la manifestación del Espíritu para el servicio (dones, ministerios y operaciones - Ro.12 y 1 Co.12), que es lo que señalaré en el último punto, sino en el carácter.

Algunos se quedan en el obrar del Espíritu para el servicio, pero en el AT tenemos el ejemplo de los jueces que eran tomados por el Espíritu para salvar a Israel, y, sin embargo, su carácter dejaba mucho que desear. O en el NT tenemos a los corintios, llenos de dones y manifestaciones espirituales, pero con malas conductas. El carácter del cristiano es uno de sus distintivos más importantes.

SERVICIO CONTEXTUALIZADO


Sé que para algunos lo anterior sería suficiente, pero lo que vemos aclarado de diferentes maneras en la Escritura es que tenemos una misión, y que la adoración a Dios, implica servicio a Él, que se manifiesta en el trato al prójimo. Algunos se quedan en la adoración, como repetidores de los tres discípulos en el monte de la transfiguración, queriendo disfrutar de la visión, sin darse cuenta que en el llano hay que atender muchos problemas y necesidades (Mat.9:36 y Mat.17).

Es básico adorar, y es hermoso disfrutar de una comunión profunda con Dios, y experimentar una transformación personal, sin embargo tenemos un desafío con la gente: familia, congregación, comunidad, futuras generaciones (Mat.28:19-20, Lu.10:25-37, Stg.1:27, 1 Juan 4:8, y muchos otros textos).

Y añado la palabra contextualizado, porque esa es también una señal de madurez. Los creyentes/congregaciones no maduros pueden hacer un servicio muy fervoroso pero inadecuado o irrelevante. Pablo entendió la necesidad de contextualizar el mensaje y la práctica del mismo para llegar a la gente en la dimensión que Dios quiere, lo cual nos lleva a la humildad.

Vale decir, antes de ser maestros de un grupo o persona, tenemos que ser sus alumnos, aprender de ellos para poder llegar a ellos (1 Co.9:20-22 - por ejemplo, es claro por los escritos de Pablo, su conocimiento de la literatura y costumbres griegas que cita en sus cartas, sin que muchas veces nos demos cuenta).

La historia del pueblo de Dios nos ha mostrado la gran capacidad de adaptación de los creyentes a las personas a las que tenían que llegar, con diversas costumbres que pudieron adoptar y adaptar, sin sincretismo. La encarnación y la redención no solo son realidades que forman parte de la base de nuestra salvación, sino principios que debemos aplicar en nuestra práctica. La dosis de creatividad y flexibilidad que esto conlleva está muy lejos de muchas de las experiencias eclesiásticas y misioneras que quieren imponer una cultura, en vez de llevar el evangelio a una cultura diferente y aprender de la experiencia, sin necesidad de pecar (como lo hizo Jesús al vivir entre nosotros - Juan 1:1-14, Heb.4:15).

Esta necesidad de contextualizar, encarnar y redimir diversos aspectos de la cultura y la idiosincrasia de los evangelizados, parece ser un obstáculo constante para el grupo madre de los evangelizadores (por eso Jesús fue juzgado como amigo de pecadores - Luc.7:31-34, y las tensiones entre Pedro, Pablo y la iglesia de Jerusalén - Hech.10, 11, 15; Gá.2:11-14).

Recordemos la Misión al Interior de China de Hudson Taylor). En este sentido tenemos que aprender a ser fieles a Dios, y hacer obra, en contextos no cristianos, siguiendo el ejemplo de José, Moisés, Daniel, Pablo, etc. 


La madurez no se evidencia en huir del mundo (como suelen hacer los religiosos, místicos y legalistas), sino en vivir en el mundo sin sucumbir a sus tentaciones, siendo luz y sal, como ovejas en medio de lobos (Mat.5:13-15, 10:16; Filp.2:15). Una vida de adoración, fruto del Espíritu y servicio contextualizado (o encarnado), propósitos de vida y aspectos de evaluación constante para nosotros y nuestros discípulos.